Imagen Cabecera

Imagen Cabecera

viernes, 22 de agosto de 2014

Sorolla y Estados Unidos

Fundación Mapfre  -  Sala Recoletos
Desde el 26 de Septiembre




La exposición “Sorolla y Estados Unidos”, que podrá visitarse a partir del 26 de septiembre en la Sala Recoletos (Paseo de Recoletos, 23), pretende contar la historia del gran triunfo de Joaquín Sorolla (Valencia, 1863 - Madrid, 1923) en Estados Unidos. Un centenar de obras, apenas conocidas en Europa, mostrarán al mejor Sorolla y permitirán reconstruir las facetas de su pintura que tuvieron un mayor impacto en el público americano, como sus playas y jardines, su pasión por Andalucía, y, sobre todo, los grandes retratos que realizó a destacadas personalidades de este país.
 
La Muestra, que ha sido comisariada por Blanca Pons Sorolla y organizada por el Museo Meadows de Dallas, el Museo de Arte de San Diego y la Fundación Mapfre, llegará a España después de recorrer parte de Estados Unidos.  Está compuesta por nueve secciones  que profundizan en la gran proyección internacional de este artista.

En ella se reunirán por primera vezlas obras de Sorolla procedentes de importantes instituciones americanas, entre las que destacan la Hispanic Society of América y el Metropolitan Museum of Art de Nueva York.

Sorolla ganó todos los premios y honores a los que un pintor de su época podía aspirar, por lo que en busca de nuevos retos atravesó el océano y realizó su primera exposición en Nueva York, en la Hispanic Society of America, bajo cuyo patrocinio fue presentando sus obras en diversas ciudades americanas como Boston, Chicago, Buffalo o San Louis.

El público americano quedó atrapado con la fuerza de sus pinturas y enamoró a los coleccionistas americanos con sus grandes escenas de playa, y con sus patios y jardines. Su popularidad como retratista también fue sobresaliente, llegando a retratar a las personalidades más influyentes de la sociedad americana, desde la familia Morgan hasta William Howard Taft, entonces presidente de los Estados Unidos.
 



Hubert de Givenchy

MUSEO THYSSEN BORNEMISZA
Del 22 de octubre de 2014 al 18 de enero de 2015


Una selección de las mejores creaciones del diseñador francés en la primera gran retrospectiva organizada sobre Hubert de Givenchy y primera incursión del Museo Thyssen-Bornemisza en el mundo de la moda.

La exposición está comisariada por el propio Givenchy y ofrece, por tanto, un enfoque excepcional de sus colecciones a lo largo de medio siglo, desde la fundación en 1952 en París de la Maison Givenchy a su retirada profesional en 1996.

Los vestidos que diseñó para algunas de las personalidades más icónicas del siglo XX, como Jacqueline Kennedy, la duquesa de Windsor, Carolina de Mónaco o la que fue su musa y amiga Audrey Hepburn -que vistió en películas como Sabrina o Desayuno con diamantes-, sus creaciones más originales como la blusa Bettina o el vestido saco o sus admirados diseños de prêt-à-porter, concepto que él mismo creó en 1954, se mostrarán junto a un conjunto de obras de diferentes épocas y estilos de las colecciones del Museo Thyssen-Bornemisza.

Formado al filo de las agujas de Robert Piguet, Lucien Lelong y hasta de la mismísima Elsa Schiaparelli, al poco de aterrizar en la capital francesa abrió su propio taller y tres o cuatro años más tarde conoció a Balenciaga, un gran amigo del que se declara un absoluto admirador, al que reconoce como fuente de inspiración y del que, de alguna manera, heredó una forma de hacer y de entender la Costura. Una forma que se caracteriza por ser el súmmum de la elegancia.

 A finales de los años ochenta, la firma pasaría a manos del grupo LVMH y poco después Hubert deja su cargo de director creativo y es reemplazado por John Galliano.

Su gran musa, la actriz Audrey Hepburn, le dedicó el mejor piropo que se le puede dedicar a un creador de moda: “Su ropa es la única con la que me siento yo misma. Es más que un diseñador; es un creador de personalidad”. En su primer encuentro, en 1953, el modista y la actriz ensamblaron a la perfección sus personalidades y desde entonces la silueta de él iba estrechamente asociada a las facciones enmarcadas en la enjuta imagen de ella.
 


 

domingo, 17 de agosto de 2014

ALMA-TADEMA Y LA PINTURA VICTORIANA EN LA COLECCIÓN PÉREZ SIMÓN

MUSEO  THYSSEN  BORNESMIZA
Del 25 de junio al 5 de octubre de 2014
Comisaria: Véronique GerardPowell



El Museo Thyssen-Bornemisza presenta este verano Alma-Tadema y la pintura victoriana en la Colección Pérez Simón, una exposición que incluye a algunos de los artistas más emblemáticos de la pintura inglesa del siglo XIX. Lawrence Alma-Tadema, Frederic Leighton, Edward Coley Burne-Jones, Albert J. Moore o John William Waterhouse cultivaron en sus obras valores que habían heredado en parte de los prerrafaelitas y que ofrecían un fuerte contraste con las actitudes moralistas de la época: la vuelta a la Antigüedad clásica, el culto a la belleza femenina y la búsqueda de la armonía visual, todo ello ambientado en decorados suntuosos y con frecuentes referencias a temas medievales, griegos y romanos.




Comisariada por Véronique Gerard-Powell, profesora honoraria de la Université Paris-Sorbonne, la muestra presenta cincuenta obras pertenecientes a la Colección Pérez Simón, una de las más importantes del mundo en pintura victoriana, y ya se ha exhibido previamente en París y Roma antes de llegar a Madrid, desde donde viajará también a Londres. La exposición se organizará en torno a seis capítulos temáticos: Eclecticismo de una época; Belleza ideal, belleza clásica; Alma-Tadema, entre reconstrucción histórica y ensueño; El rostro, espejo de la belleza; Del prerrafaelismo al simbolismo y Entre tradición y modernidad.  



Información:
Museo Thyssen-Bornemisza
Dirección: Paseo del Prado 8 -  MADRID - Salas Moneo, Planta 1
Horario : De Martes a Sábado de 10 a 22 horas; Lunes y Domingos de 10 a 19 horas

9: Acabado / Inacabado


Del 7 de julio al 21 de septiembre de 2014 
Lugar: Museo Thyssen-Bornemisza, Paseo del Prado, 8. Madrid. Balcón-mirador de la primera planta, acceso directo desde el hall.  
Comisario: Juan Angel López-Manzanares, conservador del Museo Thyssen-Bornemisza  



El Museo Thyssen-Bornemisza presenta en su novena entrega de la serie <miradas cruzadas> una aproximación al concepto de inacabado en la pintura a través de catorce cuadros de la Colección Permanente y la Colección Carmen Thyssen-Bornemisza. La exposición organizada en torno a los géneros tradicionales de la pintura de historia, el paisaje y el retrato- incluye obras de factura abocetada tanto de maestros antiguos como modernos. En ella se podrán encontrar desde esbozos de Rubens, Tiepolo, Géricault y Delacroix, y un estudio al aire libre de Matisse, a composiciones de Manet, Cézanne, Van Gogh, Heckel y Kokoschka. Todas ellas reunidas en el balcón mirador de la primera planta, con acceso directo y gratuito desde el hall.


El arte francés del XIX fue el escenario de un conflicto que enfrentó a los partidarios de lo acabado y lo inacabado en la pintura. A comienzos de siglo, los sectores más vinculados con la Academia convirtieron el fini o acabado pulido en símbolo de excelencia artística, frente al acabado abocetado considerado un signo de negligencia. Sin embargo, el fini nunca llegó a constituirse en modelo único de la pintura occidental: mientras la Academia florentina del siglo XVI celebraba las superficies cuidadosamente perfiladas de Rafael, los venecianos Giorgione y Tiziano abrían la puerta a una pintura vibrante y sensual. En los siglos XVII y XVIII la factura abierta veneciana encontró eco en varias escuelas nacionales como la holandesa, por ejemplo en la pintura de Frans Hals, o en la francesa con Fragonard.



Las tensiones entre ambas concepciones explotaron en la Francia del XIX con los pintores neoclásicos que, enfrentados a la sensualidad rococó, se oponían radicalmente a cualquier trazo en la obra que dejase traslucir rasgos personales; las contradicciones inherentes a lo que se consideraba la etapa generativa y ejecutiva de la pintura avivaron este enfrentamiento. La fase generativa incluía un amplia rango de procedimientos:  los esquisses o bocetos al óleo que se realizaban con rapidez para retener la première pensée en la exposición, los óleos de Rubens y Tiepolo; los études o estudios pintados al aire libre para capturar un motivo paisajístico o un efecto ambiental –como el pequeño cartón de Matisse– y   una última categoría, los ébauches o primeras fases interrumpidas por ejemplo, en los óleos de Carpioni, Géricault y Delacroix, que debean haberse convertido en una obra final; entonces sí, marcada ya por la fase ejecutiva y en la que el fini o acabado pulido era una condición esencial.


 
Con el romanticismo, la diferenciación entre estas dos fases -una más sentimental y privada y la otra más cerebral  y  pública-  quedó  en  entredicho   y artistas como Géricault o  Delacroix  dotaron  a  sus composiciones finales de algunas de las cualidades de sus esquisses. El desarrollo de la pintura de paisajes en el siglo XIX y la cualidad cambiante de la naturaleza hizo más urgente el empleo de un método pido de captación.

A finales del siglo XIX, conforme esquisses y études perdían su razón de ser  para convertirse en la obra final –por ejemplo en Manet–, lo inacabado adoptó nuevos contenidos. A ocurrió, principalmente, en la obra de Cézanne y Van Gogh. Ambos artistas, formados en plena pugna entre obra acabada e inacabada, se convirtieron en buena medida en los últimos   representantes   de   la   distinción   entre boceto  y  obra  final,  y  en  los  introductores  de nuevas maneras de concebir lo inacabado que habrían de prolongarse a lo largo del siglo XX.
 
En Cézanne, el proceso de elaboración de una obra carecía de final.  Independientemente  de  su grado de ejecución,  cada final de una sesión suponía una conclusión, pues en él estaba implícito  que  se había llegado  a  un  equilibrio  entre  las distintas partes del cuadro. Frente a Cézanne, Van Gogh abrió la vía de lo inacabado a la expresión de la subjetividad. Sus pinceladas tortuosas y empastadas se distancian del estricto valor  referencial.  No  pretenden  tanto  plasmar  la  realidad exterior como las emociones que ésta provoca en el artista. Esta vertiente de lo inacabado encontrará prolongación a comienzos del siglo XX en la pintura expresionista de artistas como Macke, Heckel y Kokoschka, presentes en esta sala.  
os más tarde, terminada la Segunda Guerra Mundial y evidenciada la barbarie nazi, lo meramente esbozado de obras como la de Giacometti se erigiría en símbolo de la angustia existencialista.
  
De este modo, lo inacabado, que a comienzos del XIX  era considerado como un rasgo de descuido artístico, acabó convirtiéndose en uno de los impulsores de la renovación plástica de las vanguardias.