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jueves, 15 de octubre de 2015

Cecilia Paredes. Me gusta más ciento volando y ni uno en la mano

Galería BLANCA BERLÍN
C/ Limón, 28  MADRID
Del 16 de Octubre al 11 de Diciembre de 2015


Cecilia Paredes, que hace doblete este otoño en Madrid, es una artista multimedia para cuyos proyectos la performance constituye un componente básico. Aún cuando sus instalaciones escultóricas se presenten como conceptos abstractos, se basan en gran medida en su propia realidad y en cómo percibe el mundo que le rodea, el entorno y los numerosos materiales que en él se encuentran. Su obra es personal y sin embargo trasciende hacia temas universales, especialmente aquéllos que se relacionan con el poder de la naturaleza y lo femenino. En referencia a sus interpretaciones de animales, hay una relación de identificación con cada uno de los que representa e interpreta, que son siempre animales marginales, espacio donde Cecilia se siente más cómoda.
 

El cuerpo como cosmos, por Janet Batet

Nuestro cuerpo es nuestro altar. Con él convivimos a diario y a través de él establecemos nuestra comunicación con los otros. Contenedor por excelencia del alma, el cuerpo ha sido objeto de disímiles interpretaciones a lo largo de la historia. Así, para el mundo griego –cuna de la cultura occidental– cuerpo y alma conforman una entidad inseparable en la que la carne deviene recinto propicio para el espíritu. Entendido como cosmos personal que centra nuestras relaciones con los otros, el cuerpo se erige símbolo de todas nuestras acciones: espejo inseparable de nuestro yo interior.
 


La producción artística de Cecilia Paredes (artista peruana que vive entre San José, Costa Rica, Filadelfia, Estados Unidos y Lima, Peru) está guiada por este precepto, donde el cuerpo -ese tabernáculo magnífico- se desdobla y transforma en alegoría bellísima. Pareciera que Cecilia diera un vuelco rotundo a su cuerpo trocando interior con exterior y poniendo -en ese trance- el alma al descubierto. Cecilia deja de metamorfosearse con el reino animal para fundirse con el elemento vegetal, hasta desaparecer en esa suerte de ofrenda que es siempre su pintura. El cuerpo ahora se integra al paisaje. Un paisaje de evocación natural pero creado por el hombre y en el que el elemento ornamental es esencial. La artista se basa en tejidos naturales -generalmente lino- con impresiones florales de delicado diseño al que más tarde se fusiona ella misma en actitud camaleónica. Uno de los elementos esenciales que anima la figura poética de Cecilia Paredes es el elemento lúdico de carácter sutil que anima su obra. Asistimos en primera instancia a un rejuego entre cita y apropiación donde el único elemento de originalidad posible es la naturaleza sólo presente en el cuadro a partir de la copia. Tal vez, justo por ello, la artista se ofrece en reverencia última dejándose devorar por la creciente vegetación que termina en sus cuadros por inundarlo todo. Este ofrecimiento es tal vez la clave para comprender por qué la artista renuncia al pincel, convirtiéndose más bien en sujeto receptor al acoger la pintura como tatuaje sobre la piel.
 


Su obra no es de fácil clasificación, cohabitando pintura, performance, fotografía y diseño como manifestaciones omnipresentes entretejen el delicado entramado que constituye la propuesta de esta artista, cargada siempre de alta sensibilidad. En su deseo por fusionarse con la naturaleza, la artista apoya sus estados anímicos en las estaciones y otras veces, el gusto por el arabesco traza retruécanos coquetos y, como si fuera corta la travesía, a ratos la artista nos toma de la mano y nos lleva por parajes lejanos como ocurre con su serie Los cuatro rincones del mundo donde residen Calabria y El Reino Del Bambú. Sin embargo, un sólido elemento unificador distingue toda su propuesta. Asistimos a un mundo de interdependencias, donde todo está relacionado en armonía feliz. Cada elemento en la obra de Cecilia Paredes nos recuerda que no somos sino un elemento de ese cosmos general que es la naturaleza y del cual el cuerpo es expresión prístina. De ahí que la disolución de su propia imagen en la naturaleza devenga signo identitario que la reintegra a ese cauce infinito que es la vida.
 

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